El que un político tenga una convicción religiosa no es malo ni negativo de suyo. Antes es lo contrario. Para muchos ciudadanos puede ser un signo de confiabilidad.
Que lo exhiba abiertamente tampoco debiera ser motivo de debate ni cuestionamientos.
Y se puede pertenecer a la mayoría católica en México, o a alguna de las derivaciones cristianas que tanto se han desarrollado en México.
El problema empieza cuando un político empieza a usar sus convicciones religiosas para hacer proselitismo.
O cuando, como en el caso del candidato Javier López Zavala, hace unas semanas participe devotamente en la Procesión del Viernes Santo en Puebla (una de las tradiciones profundamente católicas que recientemente se han recuperado para la feligresía que es mayoría en Puebla) y después, con la misma devoción se convierta en la práctica en un avezado predicador de la Iglesia Pentecostal.
Y es que en su afán de alcanzar un cargo público de elección popular confunde las convicciones religiosas con las tareas políticas y se atreve a hacer señalamientos tan temerarios como que el Puebla, ya no es parte de federación de la República Mexicana, sino un ‘estado de Jesucristo’.
O que diga cosas como que ‘solamente Él (Dios) es el que quita y pone autoridades…’.
Pareciera que con tal de ganar votos, cambia de religión como quien cambia de chamarra. Si hubiera una presencia significativa de la religión musulmana en la entidad, sin duda el candidato priista, se inclinaría un día a las 6 de la tarde para rezarle a la Meca frente a la comunidad poblana del Islam.
Por fortuna en México ya pasó el tiempo en el que gobierno y religión se confundían. Primero dándole privilegios a la mayoría católica –como pasó antes de las Leyes de Reforma- y después entrando en conflictos –incluso armados- contra la jerarquía eclesiástica y contra la comunidad católica –como en la Guerra Cristera-.
La fórmula para la superación de esta etapa difícil para el estado mexicano ha sido: no confundir la política con la religión y defender la absoluta libertad de culto (incluido el ateísmo).
Es decir, mantener absolutamente separados la iglesia y el estado.
Las aseveraciones que se escuchan en el video que circula por la web de López Zavala ante sus correligionarios (porque es claro que forma parte y es devoto de esa agrupación cristiana), precisamente lo que hacen es confundir, mezclar la vida política con el pensamiento religioso.
Eso no puede ser nada bueno para ayudar a mantener un estado laico.
Editorial 